Game over. Como todos los cuentos de
hadas había llegado a su fin. Se había acabado el juego y ella había terminado
perdiendo. El problema de jugar a ganar es que uno nunca sabe cuando la suerte
deja de estar de tu lado. Miranda se había aprovechado de su buena racha y
había hecho uso y abuso de ella; ahora tenía que juntar las migajas de lo que
quedaba.
Creyó que podía jugar con él, como había
jugado con todos. Lo manipulo para que saltara hasta donde ella quería, para
que estuviera esperándola cuando ella lo solicitara y para que la agasajara con
todos los regalos que ella creyó merecer. Miranda se había confiado, había
creído que él tomaría como palabra santa sus mentiras, y confiaría ciegamente
en ella. Ahora pagaba las consecuencias.
No era verdad el pasado que le había
contado, ni era verdad que siempre hablaba con sinceridad. Y en estos tiempos
donde ya no son los ojos las ventanas del alma, sino los celulares; ella había
tenido el desliz de dejárselo a su alcance. Y Marcos tal vez en un minuto de
lucidez había decidido revisarlo.
No supo que miró, ni que leyó, solo
supo al ver su expresión que él la había
descubierto. Y cuando las mascaras cayeron, cuando no quedo nada más que ella,
llegó el arrepentimiento. No importaron los ruegos; las promesas de amor
eterno, que alguna vez habían sido falsamente pronunciadas. No importó que
implorará ser sometida a un detector de mentiras. Nada importo. Porque cuando
las oportunidades se van dando un portazo, raramente vuelven a buscar algo
olvidado.
Marcos se fue de su vida, dejándola con
un sabor amargo y experimentando por primera vez la sensación de nostalgia. Una
vez me comentó que no había nada peor que perder a alguien. Yo diferí. No había
nada peor que perder a alguien como consecuencia de tus acciones.
Ese día, creyó ver la vida de un modo
totalmente diferente, sin especulaciones, sin manipulaciones. Por fin se había
enfrentado a la realidad y no había querido esquivarla.
Me habló durante horas
sobre todos sus errores, me hablo sobre sus deseos de ser mejor persona, de
enamorarse, de no arruinar nunca más una relación, y su monologo fue digno de
aplaudir. Miranda tenía
carisma, sin duda. Tenía credibilidad.
Es interesante como la gente, luego de un
momento crítico, recurre a un cambio tajante en su manera de accionar. La
mayoría de las personas, abren los ojos y nunca más quieren volver a sus malos
hábitos. Yo creí que sería el caso de Miranda, por eso cuando apareció
platinada y con extensiones, me sorprendí un poco. Supongo que las personas no
recapacitan cuando quieren, sino cuando pueden.
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